Para hablar del Instituto Experimental del Atlántico, hay
que recordar indefectiblemente al insigne gestor de tan ambicioso proyecto: El
inmejorable profesor Alberto Assa.
El profesor Assa, como lo conocimos quienes tuvimos el
privilegio de tratar con él aunque fuera en muy contadas oportunidades, era
todo un personaje: Era un turco residenciado en Barranquilla durante muchos años y
donde le llegó la muerte. Siempre luchó quijotescamente por ver cristalizado
su proyecto, el cual en las palabras más sencillas que se me ocurren, consistía
en “Educación gratuita e integral”.
Vivía, según sus propias palabras, en “El cruce de las dos mentiras”
(Felicidad con progreso). Como sé que
esto es chino para las nuevas generaciones lo traduciré: Calle 52 (Campo Alegre, aunque él decía Felicidad)
con Carrera 41 (Progreso) toda la esquina.
Para aclararle más el punto a los jóvenes vale decir que antiguamente
todas las calles y carreras de Barranquilla eran llamadas de manera particular,
costumbre que se fue perdiendo en la medida en que fueron siendo aplicadas las
actuales nomenclaturas.
El profesor Assa buscaba los recursos con los cuales debía
funcionar su colegio para no tener que cobrarles ni un peso a los padres que
tenían la fortuna de que sus hijos fueran escogidos para estudiar en el
“Experimental”, como se le conoce cariñosamente a este plantel educativo único
en la costa… Y era tal la calidad de la
educación allí impartida, que decir que uno era estudiante del “Experimental”
equivalía a decir “Yo soy un genio”.
¿Cómo lograba reunir todo ese dinero con el que se
garantizaba el funcionamiento del IEA (Instituto Experimental del Atlántico)?
Tengo la total convicción de que tal labor no era ni remotamente fácil; pero el
Profesor Assa con su arrolladora personalidad hacía que pareciera tan fácil como
respirar… Él tocaba las puertas de todas las empresas desde la más grande hasta
el negocio de fotocopias que quedaba una esquina abajo de su residencia. Y todos le colaboraban de buen gusto o a
regañadientes pero lo hacían que era lo importante.
Las épocas más difíciles según mi opinión, eran las de final
y comienzo de un año, porque había que volver a gestionar nuevamente… Esto era “Un cuento de nunca acabar” porque
una idea tan brillante como ésta no le importaba ni pizca a los dirigentes
políticos de siempre porque lógicamente no produce resultados electorales, es
decir votos. Por esta razón este
proyecto, muchísimos años después sigue pasando las mismas penalidades que
cuando aquel guerrero la defendía.
En una ocasión le sugerí al profesor Assa que para evitar
esta situación le impusiera a todos sus ex alumnos la condición de que ayudaran
al colegio con algo de lo que se ganaban (Todos son profesionales destacados
dentro y fuera del país) pero no me contestó absolutamente nada, pareciera que
yo no hubiera dicho ni una sola palabra o que se las dijera a una roca. Él siempre hacía eso cuando algo no le
“cuadraba”.
Ahora, muchos años después lanzo nuevamente la propuesta que
me parece apenas justa:
Que todos aquellos que recibieron una educación gratuita e
integral, muestren algo de agradecimiento hacia la institución que les brindó
la oportunidad de ser quienes hoy son y dediquen un porcentaje, aunque sea
pequeño, para colaborar para que se garantice la continuidad de este loable
proyecto, ahora con mayor razón para honrar la memoria de quien fuera el
fundador no sólo de este colegio sino también del Instituto de Lenguas Modernas
que también era ¡gratuito y excelente!
Y como si hacer todo esto fuera poco, el insigne profesor
Assa, tenía tiempo aún para escribir una inigualable columna cultural llamada
“El rincón de Casandra” que se publicaba semanalmente en El Heraldo de Barranquilla. Y de ñapa, organizaba también un concierto
mensual con artistas de talla mundial.
Era tan entregado a la profesión de enseñar, que donó su
cuerpo a una universidad, ¡Para seguir enseñando aún después de muerto! Tanto
tienen por aprender algunos de los profesores actuales que enseñan sólo porque
no pudieron estudiar otra cosa o peor aún: Sólo por el dinero que les pagan…