1 de noviembre de 2020

Los Parásitos

 La naturaleza nos enseña que la vida en este planeta es una interminable lucha, entre los seres que compartimos territorio, por la supervivencia.  Es así como se ha establecido un "Árbol" o "Cadena" alimenticia en la cima de la cual se encuentra el hombre.  De allí hacia abajo todos los demás seres vivientes cada uno con su "Enemigo" o "Enemigos" naturales.  Si bien es cierto según las santas escrituras que este aspecto fue establecido directamente por Dios después de haber creado al hombre cuando lo estableció como "Rey de la creación". Tal parece que Dios se equivocó o el hombre no ha sabido desempeñar ese rol porque se ha dejado llevar por unos intereses mezquinos que no van acorde con su título de rey.

Si observamos a los otros habitantes del planeta, vemos cómo ellos viven y parecen respetar el entorno en el que viven, es decir comen lo que necesitan, se reproducen según ciclos bien definidos y si por alguna razón sobrepasan esta última parte, son controlados por sus propios "agentes de control" es decir sus depredadores que son los que mantienen el equilibrio natural.

Mas con el hombre no ocurre así.  Nosotros no tenemos control en ningún aspecto de parte de la naturaleza, es de suponer que con su supuesta capacidad de pensar debería conocer los límites hasta donde debería llegar.  Pero en la práctica eso no se cumple.  El hombre tiene dentro de sí una insaciable hambre de poder y de riquezas que lo lleva a querer poseer más cada vez.  No se conforma con tener lo esencial para vivir como hacen todos los demás seres sino que su "hambre" parece crecer a medida que se la alimenta.  Aquel deseo de acumular es el comienzo de todos los males humanos.  Allí se originan la injusticia y el maltrato no sólo hacia sus semejantes sino también al entorno en el que habita.  No ocurre así con todos los animales.  Nunca hemos visto a un león guardando alimento para la próxima semana, por ejemplo.  Aunque si bien es cierto hay animales que acumulan como las ardillas o las hormigas, ellas lo hacen de forma moderada y en ningún caso exagerada ni en detrimento de los intereses de sus congéneres.

El hombre, en lugar de comportarse como un rey lo hace como el peor de los parásitos que termina acabando con el organismo que lo acoge.  En nuestro caso este organismo es el planeta tierra en el cual deberíamos todos vivir felices y en armonía por siempre.  Pero por culpa del hombre esto no es así y en cambio hemos acabado por extinguir muchas especies y amenazado con acabar con muchas otras.  No alcanzamos a percibir que al acabar con la tierra estaremos acabando inexorablemente con nosotros mismos.  Pero para éso nuestros grandes líderes ya creen tener la solución: Buscar otro planeta habitable y en el supuesto caso de encontrarlo no hay que dudar que seguiríamos haciendo lo mismo que hemos hecho en este es decir destruirlo.  En mi humilde opinión;  a mi modo de ver las cosas, eso es innecesario. Creo que la solución real y por supuesto más viable sería valorar lo que tenemos aquí, deponer las ambiciones egoístas, valorarnos como especie y establecer reglas claras de uso de los recursos y que se cumplan para todos por igual.  Eso sería lo ideal.  Pero conociendo la naturaleza humana, eso es sólo una utopía porque el hombre está decidido a provocar su autodestrucción.

Algunas veces el planeta trata de defenderse y de controlar a esta creciente infestación de parásitos pero sus acciones no son suficientes y la destrucción continúa a ritmo acelerado.

Qué tristeza que el único ser que supuestamente parece tener el don de la razón es quien se comporta como si fuera el único que carece de dicho don.