Cuando alguien dijo que
la edad no está en el cuerpo sino en la mente, seguramente quería justificar el
hecho de estar haciendo cosas que no correspondían a su edad cronológica.
La anterior apreciación
es sólo un punto de vista, que puede estar sujeto a variación.
En la vida práctica,
podemos encontrar a muchas personas que no parecen concordar su edad
cronológica con su edad sicológica.
Conocí hace años a un joven que todas sus acciones parecían de una
persona mucho mayor. Al hablar de ese
aspecto del mencionado muchacho, mi hermano que estudiaba con él me comentó: “Yo
lo llamo juventud envejecida”. No quiero entrar en detalles describiendo la forma
de vestir , hablar y actuar de dicho muchacho porque considero que no es
necesario: seguramente tú puedes imaginarlo y posiblemente hasta conocerás a alguien con esas características.
Pero también he visto
el caso contrario: personas mayores que no quieren aceptar los cambios que hay
que hacer con el paso de los años.
Dichos cambios son en todos los aspectos de la vida: en el vestir, en el
hablar, en el entorno social, en el amor y principalmente en el aspecto
sicológico. Como dice la “Desiderata”: “Acata
dócilmente el consejo de los años y abandona con donaire las cosas de la
juventud.” Esto no significa otra
cosa que hay que aceptar que los años pasan y que cada uno de ellos va dejando
en nosotros ¡una huella inevitable! Y que lógicamente no podemos esperar ni que
nuestro cuerpo ni nuestra mente se comporten como cuando teníamos muchísimos
menos años.
Pues bien todo lo
anterior fue para ambientar lo que te voy a compartir a continuación.
Si yo hubiera comenzado
este escrito diciendo que mi papá era más joven que yo, eso no lo habrías
podido aceptar porque la lógica indica que eso no es posible. Pero resulta que era cierto, mi papá se había
quedado congelado en una edad que no podría precisar con certeza.
Mi papá vestía como los muchachos que eran jóvenes cuando él ya pasaba
de los 70 años: Asistía a cursos de superación personal cuando era claro que
debía estar pensando en cómo sería el final de sus días; se doblaba las mangas
de la camisa y la llevaba desbotonada hasta el tercer botón de arriba abajo; su
corte de cabello era igual al de los muchachos y tenía una novia de 23 años de
edad. Es decir que mi papá no sólo se lo
creía él, sino que se lo hacía creer a otros: ¡Era Joven!
Yo lo veía y lo admiraba por tener esa personalidad. Pero no compartía su accionar en la vida en casi ninguno de los aspectos. Y secretamente pensaba: “Yo no podría ser así”. Y era verdad porque mis puntos de vista hacia todo lo que concierne a la vida, eran bien diferentes, casi opuestos a los de mi papá. Entonces si a alguien se le hubiera ocurrido comparar nuestras edades (por la forma de actuar, desde luego) es claro que mi papá era más joven que yo.
Pa, me encanta ver esta historia, es. Gostoso pero cierto, yo vi a mi abuelo ser un "joven" a su avanzada edad. Y aún me pregunto cómo logró esa pareja tan joven
ResponderBorrarJajajaja ese es ¡un enigma indescifrable!
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