Dice una máxima que “Todo lo bueno tiene algo malo; y todo lo
malo tiene algo bueno”
Pues bien más o menos en ese sentido es que va esta entrada
que tratará de “algo malo” como es el Alzheimer; enfermedad del cerebro que
causa problemas con la memoria, la forma de pensar y el carácter… Las personas que sufren de este mal,
conservan algunos recuerdos de los años
pasados pero no logran mantener nuevos recuerdos; es decir pierden la facultad
de recordar cosas recientes.
Te voy a compartir dos historias, una que yo presencié y otra
que me contaron:
El otro día estaba con mi hermana visitando unos amigos suyos
y antes de llegar ella me había advertido de que en esa casa vivía el señor Manuel
quien sufría de Alzheimer y que tuviera paciencia con él y su comportamiento.
Llegamos a la casa y me presentaron a todos incluido el señor
Manuel quien me pareció muy normal, educado, conversador, culto y muy buen
anfitrión en todo caso. Por razones que
no recuerdo, me tocó quedarme a solas con él y conversar de temas diversos y me
contó muchísimas cosas con una coherencia admirable para sus 79 años de edad.
Entre las múltiples cosas que me refirió, llegué a enterarme
cómo fue su llegada a la costa desde su natal Medellín y lo que él consideraba
bueno o malo comparando la cultura de las dos ciudades.
Me dijo esto: “Yo no he conseguido entender a los padres de
familia costeños, quienes casi siempre (por no decir siempre) inducen a sus
hijos a que bailen y sean el centro de atracción de las fiesta. Pero cuando ellos (los niños o niñas) crecen y
quieren irse a bailar; entonces les pegan por eso”
Yo nunca me había dado cuenta de esa particularidad pero
sonreí y le dije que tenía mucha razón.
Cuando ya teníamos bastante tiempo conversando como “viejos
amigos” él me dijo que tenía hambre y llamó a su hija para comunicárselo pero
ella le refutó diciéndole “Pero papi si tú acabas de almorzar momentos antes de
que ellos llegaran” y se alejó enseguida…
Don Manuel me dijo como en confidencia:
“Siempre es lo mismo, dicen que acabo de comer pero yo estoy
seguro de que no es así. Porque yo le
digo una cosa: yo acepto que sufro de una enfermedad que no me deja recordar;
pero soy yo, ¡el estomago no!, él sabe si está lleno o vacío. ¿Sí o no?
Yo no pude contener una sonora carcajada ante esta
declaración tan acertada y me matriculé como nuevo admirador de su sentido
crítico y de la coherencia de sus raciocinios.
Momentos después me separé de don Manuel para ir a la tienda
de la esquina y cuando regresé quince minutos después, entré, me senté donde
antes estaba y él me miró con una mirada de desaprobación mientras me decía:
¿Qué educación fue la que le dieron a usted que entra en la
casa ajena como si estuviera en la suya propia y ni siquiera se digna saludar a
quienes encuentra a su paso?
Fue allí donde recordé las recomendaciones de mi hermana y le
dije que disculpara, lo saludé y me presenté y él quedó muy satisfecho y
comenzó a contarme todo desde el comienzo como si nunca me hubiera visto antes… (Qué chistoso, en el buen sentido de la
situación.)
El segundo caso me lo contó mi hija Leidy, ella es odontóloga
y en una de sus clínicas le tocó atender a una paciente con Alzheimer que era
muy cobarde al dolor, esa paciente no se dejaba ni colocar la anestesia porque
era cobarde de verdad. Para colmo de
males era hipertensa y dentro de las recomendaciones médicas le habían incluido
que evitara el estrés…
Como los recuerdos recientes de esta paciente sólo duraban
dos minutos; mi hija se las ingenió para poder tratarla, le dijo: “Señora
María, yo voy a colocarle una puyita que no le va a doler nada, (porque
previamente le había colocado anestésico tópico) ella aceptó y como eran varias
inyecciones esperaba un ratico y volvía a decirle lo mismo y ella aceptaba otra
vez… ¿Qué tonta verdad? Pero no era sino
por la enfermedad que sufría porque de otra manera no la habría podido tratar.
Mi hija me dice que esa señora a veces reaccionaba en el quirófano
y le preguntaba: ¿Usted quién es? ¿Qué me va a hacer? Entonces mi hija le
explicaba y ella aceptaba gustosa.
Yo no sé si no recordar lo que nos pasa sea bueno o sea malo
pero de lo que sí tengo certeza es de que poderse olvidar de algunas cosas que
a uno le ocurren ¡debería ser considerado una virtud!
Yo particularmente le pido a mi Dios que nunca llegue a
sufrir de este mal.
Por último voy a referir un chiste que encontré por ahí en
Internet:
El padre pregunta a su hijo: “Hijo ¿cómo es que se llama el
alemán ese que me esconde las cosas?
Y el hijo le responde Alzheimer papi, Alzheimer.
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