Hace unos días ocurrió algo en mi vida que quiero compartirte
porque considero que es un evento que no puede pasar desapercibido.
Resulta que mi hijo Alexey fue víctima de una enfermedad
bastante común como es la apendicitis.
Los pormenores de esa situación que vivimos como familia,
quedarán ocultos al conocimiento popular pero me centraré en decirte que por
negligencia de los médicos que lo atendieron, su enfermedad que en realidad es
muy manejable, se complicó muchísimo y te manifiesto que llegué a sentir temor
por la vida de mi único y amado hijo. (Mi único varón te aclaro)
Al día siguiente a su operación, llegué a mi casa, exhausto con planes de tomar un baño,
desayunar y dormir un poco. Estaba desayunando en la terraza interior de
la casa donde vivo cuando de repente y sin previo aviso cayó un gato desde no
sé qué altura y se estrelló estrepitosamente contra el piso; como yo estaba
distraído en mi desayuno no lo vi caer, sino que sentí el golpe seco y miré,
pero no vi nada. Seguí desayunando pero
mirando hacia el mismo lugar y entonces pude observar algo de movimiento. Curioso como siempre me levanté de la mesa y
fui a ver qué era lo que había caído y como ya te conté ¡Era un gato!
Debo aclararte que aunque me gustan mucho los animales, el
gato no es muy de mis afectos, por varios motivos que tampoco voy a referir en
esta entrada para que no resulte demasiado larga…
Cuando me acerqué al infortunado animal, este me miró con una
mirada tan triste que no me siento en capacidad de describir. Por eso, ni lo intentaré así que tú imagínate
la mirada más triste que se te ocurra y se la pones al gato que te has estado
imaginando…
Yo tuve una extraña sensación y percibí que Dios me había
enviado a ese gato para que lo cuidara.
Y como yo siempre sigo mi conciencia fue eso exactamente lo que hice
desde ese momento.
El pobre animalito estaba en un estado verdaderamente
lamentable: con su carita ensangrentada y sus dos paticas delanteras parecían haber sido partidas a propósito por
alguien desconsiderado y cruel. Yo me le
acerqué aun más y le dije “Misiu, misiu” que es lo que he oído que le dicen a
los gatos quienes quieren tenerlos cerca y él me miró con aquella mirada triste
que ya tú sabes y me dijo “m a u” te lo escribo así porque así lo dijo el
gato casi sin aliento y visiblemente dolido por los golpes recibidos. ¡Eso me partió el alma! Y pensé: ¿hasta dónde
puede llegar la maldad humana? Porque mi conclusión fue que aquel animalito
había sido brutalmente golpeado y luego arrojado por los aires para que cayera
lejos, muy lejos…
Por la tarde le conté a mi hija Leidy quien se encuentra
realizando sus estudios en Cartagena y ella me dijo inmediatamente: “Ese gato
tienes que cuidarlo porque Dios te lo ha mandado para que lo cuides a cambio de
que alexey se ponga bueno”
Ella, allá a la distancia sintió lo mismo que yo había
experimentado al ver al gato. Y yo le
dije: eso mismo pensé yo.
Yo le había puesto agua y él había tomado; le había puesto
comida y no quiso; después le puse leche y tomó con muchas ganas.
Mi hijo duró cinco días hospitalizado y durante esos días el
gato estuvo allí en el mismo sitio donde cayera; recibiendo las atenciones
inclusive de mi esposa que es aún más reacia que yo a aceptar los gatos. Y el día que le dieron de alta a mi hijo
(¡Gloria a Dios!), lamento decirte que ese mismo día el gato se murió. Cuando llegué contento del hospital con la
noticia de que ya le habían dado “de alta” me encontré con el cadáver del gato.
Mi mamá me dijo: “Uno siempre debe tener un animal en casa
porque ellos reciben lo malo que le ha de pasar a las personas” (Eso ella
siempre lo ha dicho y yo no sé si será cierto o no, pero si es cierto, entonces
Jehová mi Dios me envió aquel gato para que “Recibiera lo que le debía pasar a
mi hijo” porque como en mi casa no hay animales…
Bueno, otro misterio más que nunca podrá ser descifrado. ¡La verdad nunca se sabrá!
Nunca sabremos qué le pasó realmente al gato (antes de su involuntario aterrizaje); ni si su muerte
fue en realidad su última misión,